¿Cómo sería hoy el cuento de Cenicienta?

Uno de los tantos errores que he cometido en mi vida fue cerrar la tapa de los cuentos y mirarlos como simples e inocentes historias infantiles. Aparte de ocasionales visitas al cine con excusa de acompañar a algún sobrino, los cuentos siguieron acumulando polvo, olvidados.

No hace mucho que solventé tan fatal error y me hice con recopilatorios de los clásicos: Andersen, Perrault, Grimm, … ¿En qué momento decidimos que eran infantiles? ¿Cuándo convenimos que son un instrumento para dormir y no para lo que verdaderamente son: despertar?

Y es que, sin quitarles mérito, los cuentos no son originales en su mayoría. Son recopilaciones de historias contadas de generación en generación. Gotas destiladas de sabiduría popular arrinconados finalmente en libros infantiles, quizás para que su contenido no nos dé un buen tortazo de realidad.

Todo lo que pasa hoy en día, está en los cuentos. Es todo un manual de psicología social que debía ser convalidado como un grado y especialización a la vez.

La Cenicienta no puede tener más actualidad. Lo que pasa es que el cuento en sí, se queda anticuado. Calabazas, carrozas, ratones, hadas y el premio de un príncipe apuesto, … Desactualizado. ¿Qué mujer en su sano juicio quiere ya a un príncipe, por apuesto que sea, como recompensa a su talento?

A pesar de este pequeño anacronismo, La Cenicienta es la narración de manual. El argumento base de la mayoría de películas. La historia de la lucha contra las adversidades con la ayuda de un personaje mentor en busca de reconocimiento. Y mejor que la última versión de Amazon, El Diablo viste de Prada actualiza el cuento maravillosamente. Hathaway tratando de obtener el merecido reconocimiento ayudada de su Hada Tucci, a pesar de la despiadada Streep y la hermanastra Blunt. Esta es la realidad.

¿Cuántos cuentos de la cenicienta hay en tu día a día? ¿Eres tú acaso? Profesionales de gran valía y talento arrinconados en una esquina, despojados de todo brillo y eclipsados por profesionales de aparecer en la foto sin mérito alguno.

Y lo malo es que en el día a día, los eclipsadores no son Meryl Streep/Anna Wintour. Ojalá tuviesen ese talento. Son auténticos mediocres cortafuturos, acomplejados por el miedo a que el verdadero talento desvele la cruda realidad.

Y bajo ese repetido escenario, se esconden 2 realidades:

La primera, es que no hay que esperar a que nadie nos sacuda el polvo para brillar, ni confiar en que padrastros y madrastras de toda condición cambien. Hay que salir de ese rincón para buscar el lugar donde la luz de tu talento sea apreciada. Ya. Hoy si es posible.

La segunda realidad va dirigida a los padrastros y madrastras: Si no entiendes que sólo eres tan bueno como lo sea cada uno de tu equipo; que no hay más vara de medir que el mérito; y que no caben favoritismos y sí mucha soledad del jefe, entonces, siéntate y escribe una carta de renuncia. Ya. Hoy si es posible.