Habilidades a prueba de máquinas

En una escala del 1 al 10, ¿Cuál es tu experiencia general con las búsquedas a través del buscador multicolor? ¿Sueles encontrar rápido y a la primera lo que quieres? ¿Pasas alguna vez de la segunda página?

La búsqueda en Internet es algo tan cotidiano que ni nos lo planteamos. Entra en el saco de los esto-es-asíes.

Un ejercicio básico que pido a los alumnos en un taller de comunicación, es contar un chiste. Un chiste condensa la esencia de una narración. Introduces en situación, cebas, cebas, cebas y resuelves soltando la bomba final.
Me consuela pensar que no soy el único al que le cuesta recordar chistes. Y, ¿Dónde buscamos? En el omnipresente buscador de los colorines. Como es de prever, 5 alumnos de 12 cuentan el mismo.

En una entrevista de trabajo:
— ¿Nivel de inglés?
— Alto.
— Traduzca “entender”.
— Understand.
— Úselo en una frase.
— Busco a mis amigos, pero no sé “understand”.

La primera vez, hace gracia de puro malo. Pero no 5.
Lo curioso es que el buscador te dice con orgullo que ha encontrado 53.600.000 resultados.

No sé a vosotros, pero a mí Internet me lo vendieron como la Solución de las Infinitas Respuestas, la Democratización del Conocimiento… Y tan democrático. Todos llegamos a lo mismo.

Pero, ¿Cómo escapar a ello? Si preguntas cómo debe ser la escuela del futuro, todos demonizarán la memorización porque “para qué vas a estudiar, qué tontería, si está todo en Internet”. Y, ¿Qué ocurre cuando buscas en Internet? Pues eso. Que seremos 10.000 millones de habitantes contando el mismo chiste. Y eso no tiene ninguna gracia.

«Seremos 10.000 millones de habitantes contando el mismo chiste. Y eso no tiene ninguna gracia.»

No sé vosotros, pero para evitarlo, me impongo pequeños actos de rebeldía como antídoto antiborrego. No hace mucho, ingenuo de mí, conduciendo, llegué al azar a Radio3 de RNE y encontré el paraíso anticlón. La mayor de las veces, lo odiarás. Cada locutor, en su espacio, pone lo que le parece y apetece sin radiofórmula. Y ahí está lo bueno. Escuchar lo que no esperas. Programarán actualidad pop escandinava, música ancestral tibetana, cultura urbana y hardcore, etc. Su claim debe estar ya recogido como el lema de los últimos rebeldes de este principio de siglo: Muerte al algoritmo.

Y sí. El dato es necesario. Las métricas evitan ir por la vida levantando el dedo al aire para saber hacia dónde sopla el viento. Su utilidad para conocer tendencias, es indiscutible. Pero el algoritmo nunca le dijo a nadie cómo ser el primero en hacer un flashmove en una estación, o realizar una figura con 3000 drones iluminados sobre una ciudad o hacer un anuncio de coche sin enseñar el coche. Te medirá muy bien lo que funciona, pero es incapaz de decirte cómo conseguir que alguien sienta un cosquilleo por la espalda, que suelte una lágrima, que se le encoja el pecho.

Porque eso es sólo territorio de las personas y está a prueba de máquinas. Para ello, hay que alejarse del algoritmo, alejarse mucho y tener la determinación de hacer a diario algo por primera vez.