O cómo Amazon no ha hecho más que nacer y Jeff Bezos lo hubiese hecho independientemente del siglo que lo viese nacer.

Este pasado martes, Jeff Bezos, el dueño de la empresa de los paquetes sonrientes, anunciaba su intención de dar un paso lateral y ponía en la ‘lista de deseos’ a un sucesor: Andy Jazzy.

Algún alma ingenua puede pensar que va a seguir la filantrópica senda de Gates y disfrutar de una holgada jubilación una vez que Amazon se le ha hecho mayor. Pero un ojo agudo recelará del anuncio y puede llegar a pensar que si ha dado el paso lateral es porque, precisamente, Amazon no ha hecho más que nacer.

Si ha dado el paso lateral es porque, precisamente, Amazon no ha hecho más que nacer.

Las almas simplistas achacan a golpes de suerte las trayectorias que convierten a un librero en el hombre más rico del mundo, de igual forma que lamentan no haber inventado un Facebook y enfilar a Bora-Bora. Como le dijo el personaje de Justin Timberlake en la película de la Red Social, Sean Parker a Zuckerberg cuando le apremian a empezar a ganar dinero introduciendo publicidad:

—No es el momento todavía. Molestaría a los miembros de la red.

¿Quién se atreve a tomar una decisión que implique renunciar a un ingreso inmediato garantizado? ¿Quién es capaz de mantener la vista en un tiro tan largo? Decisiones así, en un mundo cortoplacista, y némesis de la inmediatez sobre la que cabalga Amazon, es lo que borra los límites a cualquier proyecto. Y no. No cualquiera las toma.

Para algunos, Bezos seguirá siendo el resultado de golpes de fortuna, en su sentido más amplio de la palabra, beneficiado por un mundo global hiperconectado y surfeando la ola de una creciente tendencia de compra Online en el momento preciso, agigantada por un bicho alado nacido en un mercado de comida chino.

Pero no me cabe duda de que si Bezos hubiese nacido en cualquier otra época, pongamos por ejemplo el s. VII a.C. y nacionalidad fenicia, hubiese empezado a comerciar con lo primero que le hubiese venido al ánfora. Hubiese establecido pequeñas redes comerciales cercanas asegurándose la confianza de sus clientes. El dinero ganado lo habría invertido en ampliar las redes comerciales a los vecinos egipcios y posteriormente a los griegos. La confianza e inmediatez con que las embarcaciones y caravanas distribuían las telas, especias, piedras y pieles de las más variadas formas y colores lo convertiría en la primera opción. No tardaría en dejar a los productores y comerciantes pelearse por colocar sus mercancías en su amplia red de bazares, hasta que un día, enterrado en oro, diese un golpe en la mesa y pensase:

—Comerciantes, id buscando otro quehacer, que yo haré llegar personalmente las telas, las especias y hasta los productos de la huerta hasta el último esclavo.

A partir de ahí, el curso de la historia hubiese cambiado casi con toda seguridad y probablemente el rey Midas dejase de ser el referente clásico de creación de fortuna; el Mare Nostrum se llamaría Mare Bezos; y más probablemente, en la biblioteca de Alejandría colgase un cartel de Amazon en su exterior en claro guiño a una posible reencarnación posterior.

Todo ello sin contar si, desde su trono, un poderoso gobernante no le dice:

—Aquí no hay más rey que yo. A galeras.

Y es que, hasta ahora, los pueblos, los reinos, los imperios, los estados, se han cuidado mucho de no dejar que ningún vecino o súbdito tenga un trono más grande que el suyo a riesgo de que éste desaparezca. Descartada hace tiempo la invasión por la fuerza, salvo si te llamas China o Rusia, el control de competencia, el lobby, el proteccionismo o la participación en sectores estratégicos y protección de infraestructura crítica parecen servir de recurso.

Pero en este s. XXI, bajo la sombra de la novedad tecnológica que lo justifica todo, hay un gigante sonriente que no piensa ya en ánforas ni libros. Piensa en llevar a la puerta de tu casa todo bien que pueda sumar a su distribución, facilitando la elección y compra, garantizando la satisfacción de producto y persiguiendo la inmediatez. El rey de la última milla. Ese gigante no ha hecho más que nacer y no parece tener límites. Hay quien torpemente se apunta recientemente a solucionar la amenaza con la creación paralela de una suerte de Amazon público.

No parece ser la solución. Y mientras, paquete a paquete, sonrisa a sonrisa asistimos a la creación del reino del nuevo comercio naval de la antigüedad, de la nueva red ferroviaria del XIX, de las nuevas autopistas del s. XX, hasta llegar a la única tienda del s. XXI.